A la mayoría no le interesa ver autos

A la mayoría no le interesa ver autos. Están ahí mirando mujeres como mercancía, abriendo y cerrando puertas de autos que no pueden pagar, simulando querer comprarlos para acercarse a una promotora y preguntar por el torque de la nueva pick up y que ésta responda lo que quiera, total no lo van a recordar. A fin de cuentas, si tantas personas estuviesen interesadas en ver las novedades de la industria automotriz, las concesionarias de autos serían un infierno de gente todos los fines de semana. Y, vale decirlo, según estadísticas de la Universidad de Michigan, el rubro que tiene la mayor cantidad de empleados fumando en la puerta de su local es el de las concesionarias de autos, seguidos muy de cerca por los supermercados chinos —con la salvedad de que en ese caso el que fuma es el dueño—, y las empleadas de Todo Moda, en el tercer puesto.

Luciana hace un esfuerzo importante por no perder el equilibro sobre los tacos negros y altísimos que visten sus pies. Lleva 9 horas parada ahí, sonrisa impecable y mentirosa, al lado de un Peugeot 208 que saldrá a la venta en agosto. “Tiene un baúl de 380 litros”, explica a un hombre oculto tras un bigote tupido, que lleva el dedo índice a la punta de su nariz y el pulgar bajo la pera, y asiente ante la descripción técnica de la promotora. La escena se repite todo el tiempo. Se acerca un señor, pregunta algo, la mujer, mientras peina sus cabellos negros, responde que el baúl tiene una capacidad de 380 litros. Y el hombre se queda pensando: pone cara de calcular cuántas cosas le entran en el baúl, mientras dos o tres neuronas juegan al “qué buena que está la morocha”, dejándolo al borde de babear. Intercambian sonrisas. Él se va, rumbo a lo mismo en otro stand, y ella se queda, esperando que venga otra persona a preguntar lo que quiera preguntar: la respuesta siempre será la misma. Siempre. La misma. “Tiene un baúl de 380 litros”.

Cuando tiene un instante de libertad, Luciana cambia el pie de apoyo, asoma fuera del zapato la punta de los pies, camina un par de pasos cortos. Tiene los pies rojos e hinchados y aún faltan 6 horas para que termine la exposición y se termine el violento desfile de miradas. “Mirá el baúl que tiene ese Peugeot”, codea entre carcajadas un señor a su amigo, canosos los dos. “¿Me puedo sacar una foto con vos?”, pregunta a punto de tartamudear un pibe, 15 años, gorra de Chevrolet negra con la visera recta. Y ella accede. Le presta al púber su mejor sonrisa y posa para el flash. Luego vendrá la cara de “qué pendejo pajero” y de padecimiento.

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Suena U2 de fondo. En el patio de La Rural un camión-parrilla cocina pizzas carísimas y, pese a ello, la gente se amontona. Podrían venderse más caras, incluso. La gente que va a este tipo de exposiciones híper materialistas ama amontonarse para gastar. El stand de Mercedes-Benz presenta el SLS AMG, una coupé deportiva que cuesta 410 mil dólares, más de 2 millones de pesos. A diferencia del resto de los autos —y las promotoras— del sector, se encuentra en una ubicación distante, lejana, inalcanzable. Todos miran sus puertas, abiertas hacia arriba, como las alas de un pájaro en pleno aleteo. A su lado, una chica rubia, del target de la marca alemana se muestra —también— como objeto inalcanzable. Por debajo de la plataforma, la multitud mira hacia arriba con la boca abierta. Por regla general de consumo, deberán desear ese Mercedes Benz, de ahora en más y hasta la próxima edición de la exposición.

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Lo mismo ocurre en el stand de Chevrolet. La joya de la marca Estadounidense tiene un precio notablemente más bajo que el SLS AMG de Mercedes Benz: 95 mil dólares. Pero en algo se parecen: ambos han sido colocados lejos de la gente. El Camaro, color negro brillante, tiene marcas de dedos en el baúl. Alguien se ha estirado más que nunca en su vida para tocar un auto. El responsable muestra su mano derecha a su nene y le explica la razón por la cual se ha estirado para acariciar una chapa: “No sabés qué suave, Hernán”. Suave.

Ya no suena U2. Hay un DJ en el stand de Pioneer que anima a la gente. Giro lentamente 360 grados, contemplando y observando. Hay un montón de señores sentados en un auto apagado moviendo sus manos sobre el volante y sus pies sobre los pedales. Imaginan, tal vez, algún destino. Recuerdan, a lo mejor, momentos de su infancia que marcaron cuán importante y necesario —y masculino y viril— es tener un auto. Me voy con mis prejuicios a un lugar donde haya discos, libros y buen vino. Entiendo, esta vez, que el que está en el lugar equivocado soy yo. Y por eso me voy sonriendo.

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Rincones de París

Al llegar al aeropuerto Charles de Gaulle sentí decepción. Pensaba —estaba seguro— que se trataba de un lugar majestuoso. Pero no. Al menos, no en los tramos que recorrí.

Destruido del sueño, cargadísimo, irritado, sucio. Así emprendí un nuevo viaje en tren de larga distancia. Tomé el RER desde Charles de Gaulle a Gare du Nord y, luego de más de 1 hora de equivocarme, llegué al 48 de Rue de Chabrol. Allí me recibieron Vero y Toño, una pareja hispano (ella) francesa (él) muy agradable. Con ellos comparto 4 noches, charlamos y cambiamos experiencias.

Tras una ducha exquisita y necesaria, a punto de babear, me acosté en un cuarto parisino en el cual supe que algo había nacido entre París y yo.

Todo lo que reluce es oro.

El olor a café que llega desde la cocina indica que no hay más tiempo que perder en la cama.

Bajé a la calle, me enteré del frío de Enero y comencé a caminar. En la estación Poissonnière tomé el metro a Trocadéro. Me esperaba allí la mítica Torre Eiffel, el primero de muchos golpes a mis sentidos que recibiré en París.

Desde la plaza de Trocadéro, los 324 metros de hierro forjado en forma del más icónico símbolo francés se aprecian sin dificultad. Rodeado de puestos que venden baguettes y souvenirs, la Torre da cuerpo a un sueño al hacerse presente. No es perfecta, pero dentro suyo tiene un atractivo que, aún hoy mientras escribo, no puedo descifrar.

Torre Eiffel

Tras el encuentro me siento bienvenido a París. A cada costado, en cada rincón, tras cada pared, a la vuelta de cada esquina, habrá algo que me deje pasmado. Todo lo que brilla en la ciudad es oro. Y, lo peor de todo, es que no se trata de una simple metáfora. Sus cúpulas, sus torres, sus bustos, sus ornamentadas rejas. A cada paso algo brilla en medio de la increíblemente bella —y simétrica— arquitectura parisina.

En medio de carrouseles y vedettes recorro el Sena, cámara en mano. Soy un turista que quiere serlo. No reniego de mi condición y voy mirando cada piedra, cada árbol. Todo.

Dom

Recorro el Dôme de Les invalides. Es un fuerte militar inmenso en donde descansan —¿en paz?— los restos de Napoleón Bonaparte. Una cúpula convida brillo áureo a todas las calles que rodean el museo militar. Para ver los restos del mister —una tumba de mármol negro que no lleva valor por sí solo— hay que pagar 6 euros. Mientras intento explicar que soy periodista y recibo un no como respuesta, asomo el pescuezo logro ver el funesto responso. Me ahorro 6 euros en París. Todo un logro.

Perderse en París.

Porteño como soy y porteño como nací, siento que perderse en una capital no es aconsejable. Esta ciudad transgrede ese concepto, esa idea. No sólo perderse es hermoso —y grato, y necesario—, sino que es imposible que ello no suceda. Hay calles que cambian su nombre 5 veces en 1 kilómetro. Sumado a ello, el trazado de las calles parece haber sido diseñado por alguien enfermo de párkinson. Si a esto sumamos que el ciudadano promedio francés no sabe indicar cómo llegar a ningún lado, no hay posibilidad de no perderse. Pero eso merece un capítulo aparte.

Uno de los momentos más increíbles de mi estadía en la París ocurrió en la librería Shakespeare and Company. Se trata de un rincón en el cual uno se pierde, ya no de forma geográfica, sino de forma temporal. Traspasar la puerta de entrada de la mítica librería en la cual autores de la talla de Ernest HemingwayScott Fitzgerald,Gertrude Stein y James Joyce solían pasar sus tardes, es sentirse parte ínfima de un rincón preciado del planeta.

Shakespeare and Company

Entre cientos de tomos con lomo desgastado por el paso de las lecturas y los años me siento a gusto. Pierdo noción del tiempo, recorro cada rincón y, entre cuadernos y más libros viejos, hay un piano. Rodeando al piano, algunas personas leyendo, otras descansando en un viejo y —aparentemente— cómodo sillón. Me siento y toco Desarma y sangra, del gran Charly García y My melancholy blues, de Queen. Mientras mis dedos recorrían las viejas teclas del piano me sentí —¿influenciado por Midnight in Paris, tal vez?— perdido y atrapado en un rincón, lejos de mi vida y mi tiempo. Ya no a miles de kilómetros, sino a miles de días de distancia.

Las callecitas de Montmartre tienen ese que se yo…

Atravieso un barrio lleno de canastos con ropa imponible. Es parecido al barrio de Once, en Buenos Aires, con la diferencia que aquí hablan francés y allí castellano, guaraní, hebreo, ruso, árabe, chino y japonés. Tras los canastos, hay una explanada. A su cima (unos 150 metros), se puede llegar por un singular funicular, o escalón a escalón. Allí se impone la basílica Sacré Cœur.

Sacré Cœur

Se trata de una construcción simétrica, armónica y hermosa desde dónde uno puede contemplar una inmejorable vista panorámica de la ciudad. Dentro del templo, majestuoso como casi todo en París, puede uno ver a la atracción principal del clero francés: La venta de velas. Hay velas, velitas y velones, que van desde los 2 a los 10 euros, y —supongo— cumplen los pedidos con mayor celeridad en función al costo. Un robo. La misma modalidad aplica en todo Francia: Lo vi en la Catedral de la Madeleine, en la Catedral de Notre Dame y más. Pero en Sacré Cœur han optado por reinvetarse. Las velas no se fueron, se transformaron. En una suerte de mesón con velas plásticas con un LED rojo que emula ser fuego, uno puede, por la módica suma de dos euros, encender una vela. O prender una luz.

Basílica del Sacré Cœur, capos del marketing.

Vuelvo a Montmartre.

Montmartre

Al salir de la Basílica, me pierdo (más a propósito que nunca), en los recovecos del barrio. Escaleras, mucho verde, callecitas, casas que transmiten paz. Es el barrio bohemio de la capital francesa. Todos allí intentan dibujarte a cambio de algunas monedas. Cajitas musicales, locales que venden souvenirs, colores armónicos. Es un rincón de París al cual volveré algún día, para perderme otra vez.

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Recursos para llevar el desengaño

Se hace difícil describir a Zambayonny en pocas palabras. Se define a sí mismo como un músico que escribe sus canciones, que no empezó con la música sino con la poesía y la literatura, y alguien que supo construir un personaje que no para de crecer. Me encuentro con él en el primer piso del Centro Cultural Torquato Tasso, sentado en un sillón enorme que compartirá conmigo momentos después. En una hora se presentará junto a Manuel Moretti, lider de Estelares, en un espectáculo en el cual ambos dan lugar a la interpretación de canciones lados-b y demás rejuntes más que interesantes. Pero hasta que eso suceda, hay tiempo para charlar.

—Has sabido sacar provecho de las redes sociales y la comunicación 2.0: tenés más de 70 mil seguidores en Facebook, por ejemplo. ¿Cómo imaginás a Zambayonny en los ’80? ¿Hubiese sido posible?

—Es posible que sí. Pero, de todos modos, hubiese llevado muchísimo más tiempo. Se me ocurre pensar en lo que pasaba con Tangalanga. Ese furor de ir copiando los cassettes, en algún punto, tiene relación con la forma en la cual me comunico con la gente. Son herramientas muy útiles para que la gente esté al tanto de lo que hacés, para anunciar una fecha la cantidad de veces que quieras sin que nadie se enoje, por ejemplo. Volviendo a los ’80, supongo que el método era más lento y menos efectivo, pero creo que al final funcionaba.

—Vas a presentar tu nuevo libro en el Bar Orsai. Casciari es un tipo que supo leer cómo evolucionaba el consumo de la cultura a través de Internet, y vos has sabido capitalizarlo también. ¿Qué postura tenés ante el libre acceso a los contenidos?

Sí, el 8 de diciembre voy a estar presentando Leyenda de un superhéroe, la continuación de Biografía de un superhéroe. Y, como decís, la presentación va a ser en elBar Orsai, en San Telmo. Yo conozco muy bien el proyecto, de hecho toqué en la presentación del número 1 en Mercedes, y fue muy gracioso, porque yo decía: “Estoy feliz, es mi primer estadio”. Respecto a lo que se mandó Casciari, la verdad que fue muy valiente y estoy completamente a favor de su visión en cuanto al libre acceso a los contenidos. Se lanzó y renunció públicamente, y le está yendo muy bien y le va a ir mejor aún. Pero no hay que olvidar que Casciari además de ser un aventurero, es un talentoso, y cuando esas dos características se conjugan es muy difícil que salga mal.

—La base de tu carrera como músico es el humor. ¿En qué momento dejás de ser un flaco con barba que habla de hacerse la paja y te convertís en un músico que canta canciones y celebra la palabra?

En el primer disco oficial (N. del R.: “Milanesa de pija”, año 2006) grabé El whisky de Dios; ahí había algo mechado entre el humor, entre la paja y la milanesa (risas). Hablando en serio, siempre trato que el proyecto sorprenda. Siempre. La música ha sido el móvil de mi vida, pero también la literatura. En algún momento de mi vida escribía poesías, incluso antes de agarrar la guitarra. Fueron recursos para llevar el desengaño (risas).

—¿Qué creés que provoca más de tus canciones? ¿Las malas palabras (y para eso deberíamos citar a Fontanarrosa y su célebre discurso en el Congreso Internacional de la Lengua Española), o cierta incomodidad? Son canciones que antes no habían sido cantadas.

Hay una mezcla. Es una receta. Si te pasás con algún ingrediente te sale mal, y me ha salido mal mil veces. Te pasás de humor y te falta contenido. Te pasás de contenido y tal vez te falta humor. Es una receta que, por cierto, desconozco, pero voy probando. A veces sale bien y otras es incomible (risas). Hay discos hechos sólo con malas palabras que no han durado nada y discos que son imprescindibles sin haber pronunciado una mala palabra, como Les Luthiers o Leo Maslíah.

¿Es más fácil trascender con tus canciones en un país donde todo se vive con tanta pasión? ¿O imaginás posible un Zambayonny en Finlandia?

Nunca lo había pensado. Lo que yo hago es algo muy de la calle, muy de código, muy de amistad, que en Argentina se ve constantemente. Y en las ciudades grandes más todavía: Rosario, Buenos Aires, Córdoba. En España es muy común que no vayas a la casa de tu amigo, hay una cosa un poco más fría, se nota hasta viendo los partidos de fútbol. No es casualidad que países con climas como Brasil propicien más encuentros que países con el clima helado de Finlandia. Pero yo creo que las canciones prenden más por la idiosincrasia Argentina. En España o Chile hubiese sido más difícil. Podría pensarlo, pero me hace mucho más ruido.

—Buscando algunos datos tuyos me topé con un montón de cosas: Que sos suizo. que sos psicólogo, que recorriendo Argentina te volviste loco y empezaste a cantar. ¿Qué te provoca el mito en el cual se ha convertido tu personaje?

¡Cuántas inventé yo! (risas). Me he reído muchísimo, y fue generando una complicidad. Yo fui armando un personaje raro. Que era suizo. Que era psicólogo. Algo raro. Si vos imaginás un tipo que venga de Suiza, pero que habla como vos y yo acá, es, por lo menos, raro. Incluso hay gente que me porfía diciendo que soy lo que inventé, por más que lo desmienta (risas). Es un juego que jugamos todos los que somos parte de este viaje, hace muchos años, pero cada vez menos.

Dispuesto a comenzar a cantar una vez más, me convida un apretón de manos y me invita a escucharlo. Me espera entonces el show junto a Moretti, un par de buenas horas por delante.

Zambayonny & Manuel Moretti

Todos los jueves de noviembre en el Centro Cultural Torquato Tasso, a las 22 hs.

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Celebrar la música

Soy un convencido de que todos somos increíbles en algo. Que existe una habilidad en la cual nadie puede igualarnos. El problema radica en que nosotros, simples mortales del montón, pasamos la vida entera buscando ese algo, ese qué. Ellos, en cambio, los fuera de serie, caminan de la mano de su don supremo desde que asoman a la vida. Y así transitan por ella. Uno de esos tipos fuera del molde que todo contempla, lejos de los cánones de lo que se debe hacer y lo que se debe ser fue Luis Alberto Spinetta. Escribir un libro de aciertos del flaco sería reducir su obra a letras. Sintetizarlo en un renglón sería, tal vez, minimizarlo.

Para dolor de todos quienes supimos nutrirnos de sus acordes, Spinetta murió en febrero. Desde ese momento la RAE está en falta por no haber reformulado el significado de la palabra vacío.

Es abril, hace frío en Plaza Italia, el sol se escondió hace horas y soy una más de las 100 mil personas que contemplan en silencio al gran Pedro Aznar, que eligió esa fecha para celebrar la música de Spinetta. Esa es la clave del concierto: celebrar. La música de Spinetta no se tributa, no se homenajea, no se reversiona. Se celebra.

Llego cinco minutos tarde. Pedro hace sonar las últimas estrofas de Tema de Pototo y el público se deshace en aplausos. Entiendo entonces que es ese un aplauso para Luis que todos llevaban guardado desde febrero. Me sumo. Y el ex Serú Girán nos convida con una interpretación demoledora de la Cantata de puentes amarillos. Si existe un rincón en el universo -y yo sé que existe- en donde Luis escuche lo que está ocurriendo, en ese rincón hay aplausos. De ahí en adelante se suceden un sinfín de momentos emotivos: Dulce tres nocturno, Todas las hojas son del viento, Los libros de la buena memoria, Cementerio club, Sexo, Blues de Cris, Barro tal vez, Durazno sangrando, Todos estos años de gente, Quedándote o yéndote. Y más.

Aznar no está solo. El cómplice de la noche perfecta para celebrar a Spinetta es nada menos que Héctor ‘Pomo‘ Lorenzo, compañero de las aventuras del flaco en Spinetta Jade, junto a Andres Beeuwsaert, soldado de la primera fila de Aznar y la colaboración de Roxana Amed en Barro tal vez y Durazno sangrando.

Promedia el recital. No es la primera vez que doy un giro de 360 grados para contemplar qué pasa mientras la música ocurre. Me emociona verme rodeado de tantos jóvenes, de tantos mayores, de tanta gente tan distinta, demostración -una vez más- del poder de la obra de Luis. Trascendental, superadora.

“Esta no la voy a cantar yo, cántenla ustedes para que Luis la escuche”. Así, Aznar propone que seamos nosotros y no él quién le cante una vez más al ídolo porteño. Y todas las almas presentes, con mayor o menor pericia, nos dejamos llevar cantando Muchacha, ojos de papel. Y me cuesta ver mientras lloro. Y mientras lloro me sonrío. Son ese tipo de lágrimas que no angustian, sino que llevan paz consigo. Y me dejo llevar. Y le pido que no hable más, muchacha, corazón de tiza. Porque cuando todo duerma, le robaré un color.

Pedro Aznar – Puentes amarillos | Aznar celebra la música de Spinetta | Plaza Italia, Buenos Aires | 29 de abril de 2012.

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Ningún festejo

¿Raza? ¿Qué raza?

¿De qué hablamos cuando hablamos de razas? La RAE, ese rincón donde se dice qué está bien y qué está mal años después que las cosas estén resueltas sin su intervención, sugiere en algunas de sus acepciones:

raza.

(Del lat. *radia, de radius).

1. f. Casta o calidad del origen o linaje.

2. f. Cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia.

7. f. Calidad de algunas cosas, en relación a ciertas características que las definen.

~ humana.

1. f. humanidad (género humano).

Me pregunto entonces por qué razón, hoy, 520 años después de que los nativos americanos encontraran a Colón naufragando por las aguas del mar caribe, existe tanta gente empecinada en clasificarlo todo.

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¿Raza? ¿Qué raza?

Altos, bajos, gordos, flacos, negros, blancos, pelados, peludos, hombres, mujeres, heterosexuales, homosexuales: distintos. Existe en muchos la necesidad de clasificar como distinción: “Juan es negro”. Por oposición, quien señala, no es negro. ¿Por qué existe pánico de saberse igual al otro? Las diferencias de credo, ideología, orientación sexual, género, y gran cantidad de etcéteras, han parido las mayores aberraciones causadas a humanos por humanos: Desde la esclavitud hasta el Nazismo, desde el Apartheid hasta La conquista del desierto.

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¿Raza? ¿Qué raza?

El problema mayor radica en que, quienes hoy sienten que su condición de no ser algo por lo cual sienten pánico, posiblemente tengan hijos, o estén por tenerlos en algún momento, días más o días menos a partir de hoy. ¿Esos son los valores con los cuales convidarán a quienes busquen en su rol materno o paterno la fuente de sabiduría? Triste. Vergonzoso.

¿Raza? ¿Qué raza?

En Argentina, el 12 de Octubre dejó de ser el Día de la raza. Ese día se conmemora el Día de la diversidad cultural, pero no hay motivos para festejar. Cada vez que alguien se identifica con otro y lo entiende como raza inferior (dos palabras que, combinadas, conforman un coctail repudiable por donde se lo mire) a cualquier distinto, una gran cantidad casas del mundo se separan un paso entre sí. Muchas manos comienzan a cerrar sus palmas para convertirse en un puño. Y los ojos, los que han despertado la alarma del distinto, sólo miran a un lado y al otro buscando ser único, mejor, de otra raza.

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¿Raza? ¿Qué raza?

No existe tal cosa. 12 de Octubre – Nada que festejar.

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Feliz cumpleaños, John Lennon

Hace 72 años, en Liverpool, nacía John Winston Lennon, tal vez, el último rebelde de la historia de la música. Hoy, 9 de octubre, el mundo entero levanta una copa a su salud.
Su vida podría resumirse, a grandes rasgos, en cuatro etapas:
La primer etapa, comprendida por su infancia y adolescencia, en Liverpool, donde formó The Quarrymen, banda que, incorporación de Paul McCartney y George Harrison mediante, derivaría en The Beatles, quienes terminarían por consolidarse con la llegada de Ringo Starr a la batería.
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La segunda etapa inicia con las grabaciones de Please please me, álbum cuya canción homónima fue la llave maestra de todos los parlantes de la década psicodélica, y finaliza el 30 de enero de 1969, cuando los fab four dejaron de lado las tensiones visibles en el documental Let it be y salieron a tocar por vez última en la terraza de los míticos estudios Abbey road.
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La tercer etapa de Lennon se da con la consolidación de su pareja con Yoko Ono y su posterior dedicación exclusiva a la crianza de su hijo Sean, en octubre de 1975.
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La última etapa inicia cuando Lennon vuelve a los estudios para grabar Double fantasy y Milk and honey. El primero, Double fantasy, vio la luz el 17 de noviembre de 1980, pocos días antes de su muerte en diciembre del mismo año. Milk and honey, en cambio, fue lanzado comercialmente en 1984.
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El punto final lo trazó Mark David Chapman, asesino de John Lennon, la noche del 8 de diciembre de 1980 en la entrada del edificio Dakota, en New York, Estados Unidos.
De todos modos, aquel punto final no ha hecho más que hacer crecer inmensamente la figura del genio. Su figura, su mensaje, y su rol como transgresor y amigo de la paz ha llegado a infinidad de rincones del mundo. Como en épocas de beatlemania, en cualquier rincón del mundo donde haya un parlante sonará aunque mal no sea una vez, alguna canción de John.
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No siempre ganaba. Pero…

No ganaba siempre. Es cierto. Es tristemente cierto.

Pero.

Cuando Capitán Corbata cruzó el disco antes que todos sus rivales, sus ojos, los de Manuel Ibáñez, se empañaron de futuro y sueños de color dorado. La taquicardia apuró la garganta y, entre gritos, intentó esquivar la sed con aquel que sería el tercer whisky del día.

¡Gané! ¡Gané! ¡La reputa madre que los parió a todos, gané! —gritaba Manuel con un puñado de boletos en una mano y un vaso lleno de hielos tintineantes en la otra.

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Live kisses

Una vez más, Paul McCartney a la venta. El beatle edita en DVD y Blu-Ray el album Live kisses, un registro de la presentación en vivo de su último trabajo de estudio, Kisses on the bottom, en los estudios de Los Ángeles, California.

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El anuncio lo hizo el propio McCartney en su cuenta de Twitter. El album, que cuenta con la participación de Stevie Wonder y Eric Clapton, entre otros, saldrá a la venta el próximo 12 de noviembre.

Por el momento, un adelanto:

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Queen en Buenos Aires

En su última gira en vivo, Queen se presentó en la ciudad de Budapest, capital de Hungría, presentando su más reciente trabajo de estudio, A kind of magic, en el marco del Magic tour. El recital tuvo lugar en el Estadio Ferenc Puskás de la capital húngara el 27 de julio de 1986. El registro de aquella noche será proyectado este fin de semana en las cadenas de cines de argentina, en el contexto de la campaña Músicos en el cine. El registro de aquel recital, conocido como Hungarian rhapsody, llega remasterizado en HD, con sonido 5.1 y más de 25 minutos de imágenes inéditas de la gira.

Queen-Live-in-Budapest

La proyección del recital será los días 20, 21, 22 y 23 de Septiembre en las principales salas de cine de argentina. Las entradas se pueden comprar anticipadamente aquí. Una gran excusa para disfrutar de dos horas de buena música.

Queen | Live in Budapest | Full concert

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El mito Sumo

En torno a cada canción de Sumo hay una historia difícil de comprobar como verdadera. ¿Quién no conoce a alguien que haya ido a ver algún recital del grupo que lideró Luca Prodan? La realidad indica que tocaron juntos entre 1982 y 1987, que nunca llenaron estadios y que no fueron un grupo masivo. Por tal, teniendo en cuenta cada una de estas variables, la posibilidad de que todas las personas que dicen haber visto a Sumo en vivo sea cierta, se reduce considerablemente. Como corolario, en Diciembre de 1987, a causa de la cirrósis que afectaba la salud de Prodan, su vida se apagó para siempre intensificando —aún más— el mito Sumo.

Luca Prodan

Luca not dead

Ese fue el grafitti que ilustró cientos de paredes de Buenos Aires. Por tal, el mito Sumo se incrementó —aún más—, dando lugar a infinidad de versiones sobre la supuesta no-muerte del músico Italiano. Desde su muerte, muchos han sido los fanáticos de sumo que se acercaron al cementerio de Avellaneda —donde sus restos descansan— a llevarle botellas de ginebra al ídolo. El mito de que Luca no había muerto fue creciendo con el paso del tiempo.

Tumba de Luca

Sumo, el grupo

Definitivamente Sumo existe si exsiste Luca. Pero, vale decirlo, no existe sólo por Luca. Luca había venido a la Argentina escapando de la heroína, droga que había costado la vida de su hermana Claudia, en 1977. Al llegar aquí, encontró refugio en Córdoba. Poco tiempo después regresó fugazmente a Londres, en busca de dinero para comprar equipos de música, y poder así emprender la travesía del artista. Siempre se dijo que Luca vendió una propiedad en Londres y, con ese dinero, regresó a la Argentina para empezar con Sumo. Así, en 1981, empiezan las primeras formaciones de Sumo: Luca Prodan, en voces y guitarras —bajo en algunas canciones—, Alejandro Sokol en bajo, Germán Daffunchio en guitarras y Stephanie Nuttal en batería. Fue ese el puntapié inicial. Poco tiempo después —guerra de Malvinas mediante—, Nuttal vuelve a Inglaterra y su lugar es ocupado por Sokol. En su remplazo, Diego Arnedo se hace cargo del bajo. Posterirormente, se sumaría el saxofonista Roberto Pettinato. Y Sumo, como banda, comienza a despegar. Hacia 1985, Ricardo Mollo se suma en guitarras y voces y Alberto Superman Troglio remplaza a Sokol en la batería de forma definitiva. Así, las grabaciones de Corpiños en la madrugada (1983 de forma independiente, reeditado en 1992 en formato CD), Divididos por la felicidad (1985), Llegando los monos (1986) y After chabón (1987) conformaron un estilo propio; un estilo Sumo.

After Luca

El lanzamiento de After chabón en Octubre de 1987 marcó un punto final. Poco tiempo después Luca era encontrado muerto en su casa de San Telmo y la banda se disolvía para siempre. Pero algo del germen Sumohabía quedado en todos los músicos que formaron parte de la banda. De este modo, surgieron dos nuevas bandas: Divididos, por un lado, con Diego Arnedo y Ricardo Mollo y Las Pelotas, por otro, con Germán Daffunchio y Alejandro Sokol.

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